miércoles, 25 de febrero de 2015

Sin anestesia, Happening en 5 movimientos



Escaleras imposibles, Escher


Por el lenguaje, que se parece a la sabiduría
El otro poema de los dones, Jorge Luis Borges
El hombre es cosa vana, variable y ondeable.

Michel de Montaigne

Primero. Crónica de un mundo creado a partir de un yo mutable.

Si tuviera que buscar una imagen visual para ejemplificar la estructura de un libro como Manual de Neurocirugía para Zombies, de José Miguel Lecumberri, editado por Inferno Ediciones, elegiría La escalera infinita, de Escher, o El triángulo imposible, pues creo que junto con el concepto Deleuziano de Rizoma, que Lecumberri toma prestado a la filosofía, es lo que mejor puede visibilizar la dinámica de posibilidades mutagénicas de los muertos en vida, pues siendo este modelo diverso, versátil y multidimensional, su desarrollo, en cualquiera de los casos, no va a ninguna parte.
  

Banda de Moebius
Pero el concepto de Rizoma no basta al autor para montar su teoría, sino que desde el inicio lo transforma, al darle una primera vuelta para convertirlo en Anti-rizoma, así como una banda de Moebius, en la que la cara superior siempre sigue siendo la cara superior, aún cuando esté debajo. Es decir, no será una estructura orgánica cuya capacidad de evolución devenga en una y otra forma, casi aleatoria, obviando la jerarquización artificial que la cultura impone a la naturaleza, sino que generará racimos de iguales, productos consumibles, hipnotizados, anestesiados, que en el fondo comparten una misma raíz, una individualidad humana deseante, frustrada, insaciable, que la misma masa usa para compactarse en la nada, desde el punto de vista del autor.
 
Segundo. El columpio de una dualidad que se sintetiza en el no ser.

En la dicotomía muerte-vida, espíritu-materia, inconsciencia-consciencia, territorio-vacío, deseo-consumo, Estado-Capital (en términos económicos, por supuesto) hay una intensa reflexión sobre El otro. Ese que es el mismo, diría Borges, pero distinto. El que, según Lecumberri, “ha perdido su inmanencia”. ¿Su inmanencia de qué? De lo humano, se entiende. El libro comienza con una declaración ontológica: “El ser humano es sus deseos”. Y en contraposición a eso luego José Miguel nos regala sendos párrafos de una prosa poética en los que de manera muy fecunda expone la idea de que el zombie es el no deseante, porque es, entre otras cosas, el cuerpo sin espíritu (parafraseando). “… Sólo un diletantismo de la vacuidad, una ciencia de la muerte y la credulidad, un conformismo que busca la enajenación de las demás auto-conciencias”. Pero, ¿no es acaso el deseo, precisamente, lo propio del cuerpo?

Para Lecumberri, sin embargo, el deseo del Zombie es “un conjunto de singularidades amalgamadas”. Y estas singularidades las explora con la imagen de la isla. Bajo estos principios especulares, nos adentramos en una atmósfera Carroliana (me refiero al autor de Alicia en el País de las Maravillas) de ilusión conceptual, semántica y formal que, por un lado, como dice Cynthia Pech en su Anfiteatro, que antecede al texto, es un reto de escritura y de lectura; y por otro asistimos a la transformación de una voz narrativa, que es la del autor, quizás, o la de un personaje ficcional, que de manera crítica renuncia a su humanidad para convertirse en zombie, para ser congruente con la tesis de que ese es el destino de todo individuo civilizado.

Esta paradoja sí es rizomática pues el discurso emana de una conciencia sumamente autocrítica que se asimila al objeto de su crítica para ser criticado a su vez, al tiempo que actúa acríticamente, como resultado de su nueva naturaleza. Un círculo vicioso de producción y consumo. Una contradicción. 



Andrés Cisneros, jmrr y Stephanie Lamadrid
Tercero. La marabunta es una colectividad que ilumina, si no oscurece.

El texto es multívoco, lleno de intertextualidades que apelan a la filosofía social, a la psicología, a la mitología, a la ciencia, a la literatura, en un ejercicio al parecer de escritura automática que filtra todas las preocupaciones del inconsciente del autor, como lo ha venido haciendo en El matemático negro, y H1, textos que conforman las dos primeras partes de esta trilogía en la que nos queda clara la convicción de Lecumberri de que el ser humano es y está destinado a ser una nulidad. Es decir a no ser. En esta obra el personaje es un zombie en esa transición en la que desea dejar de desear para ser deseado.

Todo este entramado conceptual sirve a la literatura para metaforizar una conducta social, digamos, reciente (al menos 100 años): La de la docilidad hacia el consumo acrítico de todo lo que el aparato capitalista ofrece como sentido y propósito de vida. En torno a este ser desespiritualizado hace un repaso histórico de la escritura, desde la Epopeya de Gilgamesh hasta los intelectuales orgánicos del momento, pasando por el concepto de piedad, exilio, indigenismo, feminismo, machismo, otredad, sexualidad, salvación, mediatización, identidad, control, canibalismo, imperio, degradación, en una dialéctica de voces que va de la omnisciencia narrativa que habita el espacio teórico y poético del lenguaje, a la primera persona auto-referencial en presente que rompe el discurso con intervenciones cotidianas y domésticas del tipo: “Otro cigarro que se fuma el aire. Salgo a comprar más delincuentes. Vuelvo y despejo el escritorio. Prosigo.”




CLV Y JMRR

Cuarto. Del Cogito ergo sum al compro luego existo y viceversa.

El título Manual de Neurocirugía para Zombies es muy atractivo, pero su contenido seguramente decepcionará a más de uno, pues lejos de encontrarse con un texto, en el mejor de los casos, satírico, a la manera en que Cortázar tramó sus instrucciones, o con una serie de indicaciones quirúrgicas para enfrentar al “hito de la pandemia”, como él lo llama, uno se topa con un ensayo que gira sobre sí mismo queriendo construir un mecanismo filosófico como una torre de Jenga, cuyas inconsistencias lo derrumban constantemente. Se engolosina en la crítica y en el juicio histórico y político con un absolutismo poco real que abarata el ímpetu poético que lo anima, pues ni el sistema es todo lo malo que plantea, ni el individuo es tan imbécil como supone. Prueba de ello es, al menos, el pequeño grupo que aquí se reúne -creo. Y menos ahora cuando el consumidor es un producto altamente sofisticado, crítico y exigente, con un conocimiento profundo de sus necesidades y de lo que se ofrece para satisfacerlas. Si esto no es la mayor expresión del sujeto deseante, y al tiempo, desde la perspectiva budista, del mayor de los sufrimientos, no sé dónde encontrar otro ejemplo. Con esto quiero apuntar un primer argumento contra la tesis apocalíptica de que el destino de todo individuo civilizado es volverse zombie, y rebatir la afirmación de Cisneros de la Cruz cuando dice en su ensayo sobre el libro Manual de Neurocirugía para Zombies. Determinación y predeterminación de la muerte (asumir el destino, un tema literario) que “a diferencia de los otros textos de Lecumberri, éste trasciende la contemplación y se vuelve acción”. Sí, en lo interno, en esos ríos subterráneos que ofrece la literatura; en la ficción y el personaje omnisciente que muta en otro él; sí en el ritmo y la búsqueda de estilo que crea una musicalidad a veces tropezada, a veces tartamuda, y otras vibrante y explosiva. No en cuanto al lo exterior. Sigue, como el modelo de Escher, estático, regodeándose en la descalificación de un modelo de sociedad donde el individuo auto-regulado, como una individualidad interdependiente, y organizada sí tiene la posibilidad de crear una voz consciente. No todo está perdido, quiero pensar. Siento. Deseo.




Salvador Chávez y jmrr

Quinto. La casa del lenguaje es el seno donde se urden las conciencias.

“La escritura repara lo roto”. Esta afirmación de Lecumberri es un bálsamo que urde las tramas de los argumentos en este ensayo-poema-delirio, que a veces pareciera no tener ni pies ni cabeza. Celebro momentos de brillantes astucias literarias, como las nombraría Ricardo Garibay, (La savia de pétrea musicalidad) y lamento otros en los que la sintaxis es un fárrago cuyos retruécanos lejos de despejar las sombras e iluminar, ensordecen, oscurecen, empañan la comprensión de los conceptos, crípticos, de por sí. Me encanta la mención a la correctora de estilo, sobretodo en ese párrafo donde dice: “Sin unidad temática ni coherencia discursiva. Prosigue. Y luego dice “Este libro no tiene finalidad alguna. Es como su autor, completamente desatinado. No tiene centro ni márgenes, como el universo. Es una aleatoriedad desmedida. Prosigue”. Y uno sabe que esto, más allá de una autocrítica, es un guiño formal, un acto poético dentro del propio poema, que trasciende la doxa.


   
con asistentes a la presentación
Fuera de los títulos de los apartados en los que divide su panfleto, y lo digo en el mejor de los términos, es decir, ”Escrito breve o impreso de carácter satírico y agresivo que se utiliza como medio de combate en polémicas ideológicas o literarias o como medio de difamación”, la alusión a una técnica quirúrgica para intervenir el cerebro del ente en cuestión, es decir, el zombie, brilla por su ausencia. Es decir, más allá de la autoinmolación que acaba con el mismo personaje transformándose de víctima en verdugo no hay una propuesta, salvo la escritura misma, claro, que redima esta pandemia. ¿Acaso la conciencia?

   



José Manuel Ruiz Regil
Analista cultural, Arte Duro Gallery, Curators & Dealers.

sábado, 7 de febrero de 2015

Evocaciones de un caminante

Por Hortensia Carrasco Santos


Hortensia Carrasco, jmrr, André Cisnegro en C C Cerrojo
5 de febrero de 2015

Hacer un poema o varios cuyo tema sea la ciudad creo que tiene que ver con si se le ama o se lo odia, aunque cualquiera que sea el sentimiento, el poeta elige los versos que mejor plasman sus evocaciones. Es ahí donde comienza el viaje y es a partir del primer verso que el lector comienza a ser parte de un recorrido literario que lo hará sorprenderse porque siempre una ciudad guarda otras dentro de ella misma.

Y es que muchas veces la urbe nos expone a quedarnos perplejos ante sus maravillas o a quedarnos acongojados ante toda su fealdad; sin embargo, el hecho de que siempre exista en las grandes ciudades una situación desagradable no es una limitante para tener una visión amorosa sobre ellas.
  
Por ejemplo, Italo Calvino, en su libro Las ciudades invisibles nos muestra un acercamiento a aquellos viajes que emprendió Marco Polo y que daba cuenta a Kublai Kan, hijo de uno de los más sanguinarios gobernantes del imperio mongol. Pese a ser también un dominador del mundo el heredero de ese gran imperio escuchaba a Marco Polo con gran interés pues el viajero hablaba de ciudades maravillosas en las que a su vez parecía imposible habitar. Sin embargo, el mismo Calvino expresa que a pesar de que es cada vez más difícil vivir las ciudades no impide escribirles un poema de amor.

Por su parte el poeta Constantino Kavafis decía que “la ciudad te seguirá donde quiera que vayas” y me parece que al menos en poesía pocos son los poetas que no han hablado de la ciudad en un poema o en un libro completo.

En México, desde los tiempos prehispánicos se sabe de algunos poetas que le cantaron a sus ciudades, tal es el caso de Nezahualcoyotl, cuya sensibilidad estética lo llevó a plasmar el tema tanto en la arquitectura como en la poesía.

Tiempo después y ya en el Virreinato, Méndez Plancarte afirma que “la Nueva España matizó sus frutos con la savia y el aire nuevo de sus temas históricos o descriptivos, alusiones locales y costumbristas, mexicanismos y rasgos del naciente carácter propio de sus gentes, dando al conjunto de la poesía cierto sabor y tono mexicanos. Las loas a la ciudad de México ocupaban una parte de la poesía del siglo XVI.

La ciudad como veta escritural hace posible que surja poesía de diferentes tonalidades, es decir, según la vivencia urbana habrá poesía social, lírica, erótica, amorosa, entre otras y cuyos representantes forman parte de una lista que sería muy difícil poder citar, sin embargo podemos recordar por ejemplo a Efraín Huerta a José Emilio Pacheco, Dolores Castro, José Revueltas, Carlos Pellicer, Leopoldo Ayala, entre muchos otros.
  
Hortensia Carrasco y jmrr
Pero ahora de las que nos ocuparemos es de la poesía escrita por el poeta José Manuel Ruiz Regil, de quien hoy tengo otra vez el enorme gusto de presentar su libro titulado Testamento del caminante, editado por la editorial Versodestierro.

Vicente Quirarte ya hablaba de la capital mexicana en su ensayo Un testamento de la ciudad romántica, el cual quiero asociar con la visión cotidiana y amorosa de Regil. En el mencionado ensayo, Quirarte proporciona imágenes de la vida cotidiana a partir de algunas experiencias del poeta Manuel Acuña, quien caminó por las calles del Centro Histórico tantas veces antes de su suicidio en 1873 y cito lo siguiente:

“El 10 de diciembre de 1873, la plaza de Santo Domingo se reanima con los olores que llena el aire cuando abren sus puestos los vendedores de heno y paja, de soles y lunas de estaño”.

Eso sucedía en aquellos tiempos y en el ahora Regil, con sus poemas nos remite a otro tipo de olores, aquellos que dejan las personas que forman parte del poema Los gritones: tenemos entonces el olor del garrafón de agua electropura, del periódico, del gas, de las gorditas y peneques y de los tamales oaxaqueños.
   
Retomando el ensayo de Quirarte, este nos dice que “la ciudad que el poeta Manuel Acuña contempla, tampoco era segura, sobre todo por las noches, de hecho en octubre de 1873 se logra la captura de Jesús Arriaga, mejor conocido como Chucho el roto”.

Era otra época, sin embargo hay situaciones que son propias de la ciudad y es ahí donde el poeta tiene que comprender a esta capital a través de los vaivenes del tiempo. Regil recorre la urbe o la ur-bre como él le llama y trata de conocerla y cuidarse de no colocarla en sus poemas como mera anécdota sociológica, o preocuparse por la persecución del coloquialismo, pero sí pone atención a las trivialidades de la vida cotidiana haciendo que estás trasciendan transformadas en versos.
  
The Big Band Poet.
No obstante al poeta lo que más le interesa es el aspecto íntimo de la vivencia urbana pero también la ciudad marginal, ese arrabal que nos jala para poder convertir a todos esos animales urbanos que a diario observamos ya sea a pie, en bicicleta, descalzos o con los zapatos desgastados, en formas e imágenes literarias que darán cuenta de hechos truculentos o hechos maravillosos.

José Manuel Ruiz Regil nos hace ver que el Distrito Federal es un sitio que está saturado de automóviles, por lo que se tiene que caminar para conocerlo y vivirlo, ya no solo a golpe de calcetín sino a golpe de cayo o grieta. Cito:

“Cuando camino, mis ojos se deslumbran entre tantas raíces y mi horizonte se ofrece lejano todavía, no tengo más remedio que abrazarlo”.
  
Alberto Cerrojo y jmrr
Es muy probable que cada libro de poemas a la ciudad sea también un registro al que puedan acceder no solo los lectores para su disfrute, sino los cronistas, los historiadores y los investigadores, para de ese modo sabe cómo es la ciudad a través del tiempo y las preocupaciones, alegrías, sufrimientos, manías, desamores, de la gente que la habita.

En Testamento del caminante queda asentada una forma de vida de la ciudad de México a principios del siglo XXI, que no es igual a la del siglo XVI, tiempo en el cual la ciudad “era una niña que apenas balbuceaba”. Ahora la ciudad es “la enorme vagina que anida racimo de las especies”.
   
Arte Duro en Cerrojo
No es la misma que amó y odió Efraín Huerta, es un lugar más odiado y más querido. Tampoco es la misma ciudad que Jack Kerouac recorrió y a donde vio lo más grotesco e ínfimo de la naturaleza humana, no es ese eje central que el poeta Beat caminó bajo el influjo de las drogas y el alcohol y que después retrató en su libro Tristessa.

Esta ciudad es otra en las palabras de un caminante que se decidió a inaugurar nuevas rutas de viaje, son las evocaciones de un poeta que sabe que con todo lo que sucede en ella deberíamos odiarla, pero sabe bien que la ciudad se repite pero con otras gentes, con otros nombres, que la prostituta con quien compartió Kerouac, se ha repetido en tantos sitios, porque en la Merced, en el Eje Central, en Garibaldi, deambulan a diario las Tristessa; así como los Chucho el roto, y que mientras haya fuentes habrá niñas bañándose y mientras haya una ciudad habrá otras, muchas ciudades dentro de ella esperando que un viajero, un explorador, les cante.



Leer el comentario sobre este libro, de Adriana Tafoya, la editora, leído el 20 de agosto de 2014 en el Foro Cultural Martí. .Aquí
Leer el comentario sobre este libro, de Juan Carlos Castrillón, leído el 20 de agosto de 2014 en el Foro Cultural Martí. Aquí.